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Cosmeticorexia, un trastorno que crece entre los jóvenes y puede dejar secuelas irreversibles

Se trata de una tendencia que "explotó" entre niñas y adolescentes. La influencia de las redes y cómo abordarlo en la escuela

El interés de los adolescentes por intervenir en las redes sociales cada vez con mayor rapidez, buscando efectos estéticos perfeccionistas, modelos de imagen a seguir y -en muchos casos- con controles acotados, ha instalado entre los docentes en las aulas una problemática que ya se viene advirtiendo como una nueva adicción: la cosmeticorexia, un trastorno vinculado a la obsesión por el cuidado de la apariencia sin imperfecciones y el uso excesivo de productos cosméticos.

Según relevamientos realizados por la Asociación de Institutos de Enseñanza Privada de Buenos Aires (AIEPBA) se trata de una tendencia que “explotó” entre niñas y adolescentes. “Es una nueva realidad que nos preocupa y nos alerta para ocuparse en las aulas, detectando la problemática y trabajando fuertemente con alumnos y padres”, dijo el secretario ejecutivo de la entidad, Martín Zurita, luego de conocerse cada vez más casos.

Los especialistas admiten que la principal razón que puede derivar en cosmeticorexia está sin duda potenciada en las redes sociales, reels de Instagram y videos de TikTok, aplicaciones que leen a la perfección el interés de los chicos y los bombardean con contenido sobre la temática. “Lo aspiracional crea necesidad”, sostienen los expertos. Es que los adolescentes desean tener el cutis perfecto o el cabello reluciente de su influencer favorita, citan como ejemplo.

Advierten además una necesidad cada vez más temprana de acceder a entornos donde se hace culto de la belleza. La primera infancia también se ve involucrada en esta tendencia, llegando a absurdos festejos en un spa para niñas de 4 o 5 años, que incluyen tratamientos con cremas, que aunque recreativos comienzan a sembrar una preocupación excesiva por lo estético.

La tendencia cala hondo en las estudiantes, caen en un consumo desenfrenado de productos de belleza que no solo hacen mella en su autoestima, sino también pueden dañar su salud dermatológica. Son cada vez más extendidas entre los alumnos. Docentes y directivos observan día a día en las escuelas cómo ese juego inicial toma ribetes adictivos.

Así aparece el consumo desmedido rutinas de skincare, uñas postizas, maquillaje, tratamientos de cabello e incluso inyecciones de ácido hialurónico y colágeno, llegando a cirugías estéticas. Muchas chicas usan productos que están prescritos para adultos, lo que puede derivar en irritaciones, alergias, manchas e incluso quemaduras sobre el área aplicada. Los dermatólogos advierten que los daños más profundos pueden dejar secuelas irreversibles.

“Los cosméticos vienen muy ligados a lo que sigue siendo la exacerbación de la imagen. Más allá de que se trabaja en la búsqueda de ampliar la mirada sobre los cánones de belleza, sigue con mucho peso la apariencia. Tanto chicas como chicos le dedican demasiado tiempo a la imagen”, explicó Silvana Scarampi, directora del nivel secundario del Complejo Educativo Rubén Darío de Villa Ballester.

En los primeros años de secundaria, por ejemplo, hay chicas que van a la escuela con arqueador de pestañas para usarlo antes de salir al recreo o con uñas postizas. En los varones el cuidado radica especialmente en el pelo, con obsesión por los cortes, tinturas que antes no se veían en el colegio con tanta intensidad, comentaron los docentes.

La comparación constante con rostros irreales que ven en las redes sociales genera angustia en los adolescentes. Imperfecciones que debieran ser normales a esa edad, como el acné, se vuelven traumáticas. No se reconocen, eligen taparse la cara u optar por rutinas de belleza que, además de ser caras, pueden dañar su salud.

Martichu Seitun es psicóloga. Se especializa en crianza y en orientación a padres. Ella cree que tanto la cosmeticorexia como la incipiente ludopatía infanto-juvenil – otra problemática que viene avanzando entre los adolescentes en las aulas- surgen por el entorno, una sociedad de consumo que se ve potenciada por las redes sociales. En el medio, los padres no saben cómo responder y terminan, en ocasiones, oficiando de impulsores de prácticas que pueden dañar física y psicológicamente a los chicos.

La madre de una alumna de 14 años que asiste al Complejo Educativo Rubén Darío de Villa Ballester asegura que su hija “empezó a desarrollar cierta obsesión por los cosméticos, por los productos de limpieza de cutis, armando rutinas cada noche antes de dormir, primero con tratamientos en el cabello y después con el famoso skincare.

“Empezamos a negarnos a comprarles ciertos productos. Se enojó mucho. Hablé con ella más en profundidad y entendí que había todo un mundo en internet que incentivaba el uso de cosméticos. Ella sigue mucho en TikTok publicaciones sobre rutinas de limpieza para la cara y el cuidado de la piel. Me llamó muchísimo la atención y por eso venimos hablando para intentar orientarla de otra manera”, comentó la mujer.

Apuestas deportivas

Para los directivos del nivel secundario de enseñanza privada Complejo Educativo Rubén Darío de Villa Ballester, preocupa también un crecimiento desmedido de otra modalidad adictiva que estaría instalándose entre los alumnos de otras instituciones educativas: las apuestas deportivas online.

“En secundaria notamos que las familias les habilitan cuentas de Mercado Pago para usar en el kiosco, en el viaje y tener plata para sus gastos, pero en muchos casos los chicos usan ese dinero en páginas de apuestas. Sabemos de chicos que ganan y pierden 70 o 90 mil pesos. En ellos se está creando un estímulo temprano por apostar que es riesgoso”, describió Silvana Scarampi, la directora del establecimiento.

Admite la docente que no es un problema exclusivo de los alumnos de su escuela, sino que es un mal de época que escaló a un ritmo frenético en los últimos años a partir del bombardeo publicitario que las casas de apuestas online despliegan día a día, casi sin que nadie lo perciba como un riesgo, como si se tratara de un juego inocuo, sin perjuicios.

En ese contexto, el fútbol se convirtió en el primer canal de promoción. La invitación a apostar no es solo local: el usuario tiene cualquier liga del mundo a merced. De fútbol y del deporte más exótico del planeta.

A eso se le suma un entorno digital que también está invadido por las apuestas. Los influencers de moda que siguen los chicos, tanto streamers como tiktokers, comparten en sus redes códigos para comenzar a jugar. Incluso muchas de las transmisiones en vivo, de los streams, hoy en día se basan en mostrar horas y horas de juego en casinos online.

“El año pasado hicimos un trabajo específico sobre el tema de la virtualidad, pero la cuestión del juego nos estamos dando cuenta de que nos excede. Vemos que los padres se declaran incompetentes o carecen de herramientas y los chicos están solos navegando en un mundo de estímulos que no saben gestionar ni discriminar”, consideró Scarampi.

Explicó Marisa Pieroni, directora y representante legal del colegio San Ignacio de Loyola de Berazategui: “Estamos muy atentos y preocupados porque los chicos tienen acceso a dinero digital que les dan los padres para el kiosco o fotocopias y lo utilizan para apostar”.

En esta creciente ciberludopatía adolescente hay una subestimación del riesgo. Se ve a las apuestas online como una mera cuestión recreativa que no va a conducir a una adicción. Al no precisar dinero físico, no se toma dimensión del valor de cada apuesta. “Duele menos” apostar online que en un casino real. Pareciera ser solo un juego inofensivo, pero la recurrencia, con este aparente juego inofensivo puede derivar en una enfermedad peligrosa, advirtió Zurita a partir de los informes que hicieron los psicopedagogos.

Según explican desde AIEPBA ante estas nuevas realidades los colegios hoy tienen que hacer “escuela de padres” para armar equipos y poder cuidar a los chicos entre todos. Es ardua la tarea que tenemos por delante para enfrentar problemáticas actuales que ponen en riesgo la salud de nuestros adolescentes con adicciones como la ludopatía o la cosmeticorexia.

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